Había una vez un señor todo de nieve. Se llamaba Don
Fresquete.
¿Este señor blanco había caído de la luna? –No.
¿Se había escapado de una heladería? –No, no, no.
Simplemente, lo habían fabricado los chicos, durante toda la
tarde, poniendo bolita de nieve sobre bolita de nieve.
A las pocas horas, el montón de nieve se había convertido en
Don Fresquete.
Y los chicos lo festejaron, bailando a su alrededor. Como
hacían mucho escándalo, una abuela se asomó a la puerta para ver qué pasaba.
Y los chicos estaban cantando una canción que decía así:
“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”
Como todo el mundo sabe, los señores de nieve suelen
quedarse quietitos en su lugar.
Como no tienen piernas, no saben caminar ni correr. Pero
parece que Don Fresquete resultó ser un señor de nieve muy distinto.
Muy sinvergüenza, sí señor.
A la mañana siguiente, cuando los chicos se levantaron,
corrieron a la ventana para decirle buenos días, pero...
¡Don Fresquete había desaparecido!
En el suelo, escrito con un dedo sobre la nieve, había un
mensaje que decía:
“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”
Los chicos miraron hacia arriba y alcanzaron a ver, allá muy
lejos, a Don Fresquete que volaba tan campante, prendido de la cola de un
barrilete.
De repente parecía un ángel y de repente parecía una nube
gorda.
¡Buen viaje, Don Fresquete!
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