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sábado, 20 de octubre de 2012

Monigote en la arena


Laura Devetach
La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo:
—Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo.
Con la punta del dedo dibujó un monigote de seda y se fue.
Monigote quedó sólo, muy sorprendido. Oyó cómo cantaban el agua y el viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados. Vio las mariposas azules que cerraban las alas y se ponían a dormir sobre los caracoles.
—Hola— dijo monigote, y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se puso a mirarlo encantada.
—Glubi glubi; Monigote en la arena es cosa que dura poco— dijo preocupada y dio dos pasos hacia atrás para no mojarlo —¡Qué monigote más lindo, tenemos que cuidarte!.
—¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo?— preguntó Monigote tirándose de los botones como hacía cuando estaba nervioso.
—Glubi glubi; monigote en la arena es cosa que dura poco— repitió el agua y se fue a avisar a las nubes que había un nuevo amigo pero que se podía borrar.
—Flu flu— cantaron las nubes —monigote en la arena es cosa que dura poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni siquiera probó los caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las hormigas.
—Crucri crucri— cantaron las hojas voladoras —monigote en la arena es cosa que dura poco. ¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se fueron hasta la esquina para no rozarlo. Las hojas ni hicieron ronda. La lluvia no llovió. Las hormigas hicieron otros caminos.
Monigote se sintió solo, solo, solo.
—No puede ser— decía con vocecita de castañuela de arena —todos me quieren pero porque me quieren se van. Así no me gusta.
Hizo cla, cla, cla para llamar a las hojas voladoras.
—No quiero estar solo— les dijo —no puedo vivir lejos de los demás, con tanto miedo. Soy un monigote de arena. Juguemos y si me borro, por lo menos me borraré jugando.
—Crucri crucri— dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer, pero en ese momento llegó el viento y armó un remolino.
—¿Un monigote de arena?— silbó con alegría —Monigote en la arena es cosa que dura poco. Tenemos que hacerlo jugar.
Cla, cla, cla, hizo el monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo con su voz de castañuela.
Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una risa que jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. 

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